José Peñín
Miércoles 20 de Agosto de 2025
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El viñedo es probablemente el mejor cortafuegos. Para los incendios incluso los de la llamada "sexta generación" difícil o casi imposible dominar, la solución son los cortafuegos y en ese sentido el viñedo posee una importancia radical. Me he puesto en contacto con algunas bodegas como Gaia de Enrique Menasalvas en Hervás, al oeste de Gredos, Nacho Álvarez del Bierzo en una zona cercana a Las Médulas y Miguel Ángel Alonso de la bodega Fuentes del Silencio en la localidad de Herreros de Jamuz. Todos ellos estaban de acuerdo de que la viña si está bien labrada es la mejor defensa contra los incendios. Nacho declaraba que las viñas ecológicas hoy tan en boga y mínima intervención con cubierta vegetal ya seca, fueron las más dañadas mientras que los suelos entre hileras totalmente limpios se salvaron. Algunas viñas afectadas lo fueron por la ola de calor climático sumado al calor del incendio y no tanto por el fuego directo.
¿Acaso la intervención humana es maligna cuando se trata de desbrozar el suelo en invierno y dejar que el ganado pueda pastar y eliminar la hierba forestal? Es cierto que un desbroce forestal altera la biodiversidad de los bosques y según la Agenda 20-30 esta actividad está regulada. El problema es que es mucho más caro y al final por razones presupuestarias no se acomete. Cuando más salvaje es la naturaleza más frágil es a los incendios. Lo razonable sería permitir pastar el ganado y que solo se desbrozara los corredores cortafuegos tanto en los bosques cuadriculándolos como en el entorno de las poblaciones, incluso con mayor anchura lo cual el incendio solo quedaría a su merced en determinados espacios de bosques dificultando el avance al resto del territorio. Cuando era pequeño preguntaba a mi padre por qué existían callejones entre grupos forestales que ya existían hace 70 años. Me respondía que eran los auténticos cortafuegos sin maleza porque las comía el ganado cuando la población rural era mucho mayor.
En el mes de abril último comenté que con las tremendas lluvias de marzo que propició la excesiva altura de la hierba al secarse, habría problemas al convertirse en combustible para árboles y casas. Y así ha ocurrido. Es curioso ver este año como en grandes extensiones quemadas apenas hay arboles porque la enorme maleza ha sido la mecha de la magnitud de estos últimos incendios tal y como ha sucedido al oeste de la provincia de León. En otros años el clásico barbecho de hierba más corta podía arder localmente sin problemas para controlarlo los propios habitantes de los pueblos.
Las imágenes de ruinas calcinadas y campos ametrallados por el fuego es un escenario de guerra. Los soldados con sus armas acuáticas y los aviones bombardeándolas es una consecución de batallas que la Naturaleza y el hombre entablan desde hace milenios. Nuestros antepasados medievales y los más lejanos en el tiempo, confinaban a los leprosos en distintas poblaciones y en los incendios casi con "manu militari". Entonces el hombre, como sí sucede hoy, no se enfrentaba al fuego, sino que se defendía de él gracias a los cortafuegos en torno a los pueblos. Entonces no había mangueras ni vehículos aéreos. El incendio finiquitaba con la lluvia porque donde hay arboles tarde o temprano aparecerá la lluvia, la misma que cuando se enfurece nos ataca con inundaciones.
El enemigo es muy poderoso. Cuando las generaciones actuales en una actitud más pasiva que antes, demandan protección de los gobiernos animadas por ese derecho que con los impuestos que pagamos les obliga a ejercer ese auxilio, se olvidan de que España cuenta con una "armada" bombera contra incendios más sólida solo por detrás de Alemania, pero somos los últimos en prevención. Usando la metáfora, gastamos más en medicinas que en la profilaxis. Sin embargo, ningún país es capaz de combatir eficazmente los números incendios que se han producido en España en muy poco tiempo. Nos olvidamos que la Península Ibérica es de clima mediterráneo y por lo tanto el presupuesto para combatir y prevenir el incendio debe ser mayor que en el resto de Europa. Si en Noruega con sus gigantescos arboles se repitiera la magnitud del incendio ibérico, no tendrían las herramientas que contamos en España porque allí la relación lluvia vegetación está equilibrada tal y como ocurre en la cornisa cantábrica. Si esa relación se rompe a causa de un anormal aumento de la temperatura y ausencia de lluvias, viene el desastre tal como ha sucedido al sur de Asturias y en las tres cuartas partes de Galicia.
Últimamente se ha puesto de moda buscar culpables institucionales en todo sin medir las dimensiones de las catástrofes cuando a las más feroces somos incapaces de frenarlas como los incendios llamados de sexta generación. En cuanto a las inundaciones en una ocasión dije que, si los avisos por la Dana valenciana se hubieran producido en el momento correcto tanto por el Gobierno central como el autonómico, tan solo se salvaría un 10 por ciento de los fallecidos. Solo la "cultura militar" de la prevención de la sociedad japonesa podría evitarlo.
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