Javier Campo
Miércoles 24 de Febrero de 2021
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Como casi todos sabemos el vino es producto vivo. Como tal, tiene una vida en la botella que básicamente se divide en tres partes.
La primera de ellas es en la que el vino crece, evoluciona, mejora... Esa parte en la que se dice "le falta botella" "está nervioso" "se tiene que domar"... todo eso.
En la segunda parte de la vida del vino, este se encuentra en su punto álgido, de plenitud. Es el momento en que ha alcanzado su esplendor y su máxima calidad.
Y la tercera parte es la del declive. Se "va para abajo", básicamente, se muere. A partir de ahí todo el tiempo que pase, ya da igual.
La edad del vino viene determinada por muchos factores. Cuando digo edad, me refiero a las categorizaciones joven, crianza, reserva, gran reserva o simplemente, guarda. La calidad de la uva, el trabajo de viña, el trabajo en depósito, el trabajo en la madera... todo ello influye. Por regla general los enólogos y hacedores de vino saben si "ese" vino en concreto va a durar más o menos y, si lo van a sacar antes o después al mercado.
En términos generales, aunque no siempre es así, un joven se consume dentro del año o en algunos casos, en dos o tres. Pero como digo, hay excepciones.
Los vinos de crianza, entre tres y seis años. Dependiendo del tiempo, o si es blanco o tinto, o la calidad de la uva, esto será cierto o no.
Uno de reserva entre seis y ocho años, también dependiendo de los mismos factores y, por último, los grandes reservas, más de diez años.
Los espumosos es otra película y depende también de las segundas fermentaciones y el tiempo de estas.
Un simple recordatorio para saber que los vinos tienen vida y tiempo para su consumo. Y todo este preámbulo es para exponeros una reflexión que me vino a la cabeza leyendo un excelente artículo de mi compañero David Manso acerca de la abundancia y el excedente de las bodegas.
Muchas bodegas hacen los vinos con una esperanza de vida determinada y, por supuesto los vinos jóvenes, con la pandemia se han quedado estancados y lo difícil será venderlos, aun a precios de derribo.
Pero con vinos elaborados con las mejores cepas, los mejores procedimientos y las mejores barricas, nos encontramos que la vida de estos también es relativamente corta si la comparamos con las existencias de grandes bodegas que buscan tiempo.
Ese tiempo que apremia a algunos y relaja a otros pues no sacan sus vinos hasta pasados diez o más años de la fecha de cosecha. Y no estoy diciendo ni que una cosa sea mejor ni la otra peor, pero si es cierto que al cambiar la tendencia en la longevidad de los vinos que se elaboran algunos problemas de sobre existencias no son problemas si no que son virtudes. De los costes y precios que esto supone, ya hablaremos otro día.
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