El auge del vino naranja: ¿moda pasajera o la próxima gran tendencia?

Explorando los secretos de una antigua técnica vinícola que cautiva paladares contemporáneos

Úrsula Marcos

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vino naranja

En los últimos tiempos, el vino naranja ha logrado hacerse un espacio en las estanterías de las vinotecas, las cartas de restaurantes e incluso en las góndolas de los supermercados. Pero, ¿es una moda pasajera, una novedad auténtica o... ninguna de las dos?

Aunque en realidad su naturaleza es muy simple, tanto que lo podríamos definir como el vino que se hacía antaño, el vino naranja es un enigma que seduce a muchos por su nombre y su color. No es exactamente un vino blanco, y definitivamente no es tinto, y aún menos rosado.

Técnicamente, es un vino blanco, ya que las uvas empleadas para su elaboración provienen de variedades blancas. La peculiaridad reside en que la fermentación del mosto, de duración variable, se realiza en contacto con las partes sólidas de los racimos de uvas: las pieles, las semillas e incluso a veces los raspones. Es por ello que el vino adquiere su coloración y es más apropiado referirse a él como "vino blanco de maceración" que "vino naranja", término que surge más de una simplificación del lenguaje y una tendencia contemporánea a definir los vinos por su color. Aunque a menudo los vinos de maceración presentan hermosos tonos anaranjados y ambarinos, algunos son visualmente indistinguibles de un vino blanco tradicional. En definitiva, y simplificando, es un vino que se elabora como un tinto pero usando uvas blancas.

Aunque el vino naranja ha despertado un creciente interés en los últimos años, en realidad es una bebida muy antigua. Las huellas de su historia se remontan a los inicios de la vinificación en el Cáucaso, en el territorio de la actual Georgia. La fermentación de las uvas se realizaba -y todavía se hace en la antigua república soviética- en ánforas de arcilla llamadas kvevris que se entierran en la tierra. La idea, al mantener las partes sólidas en contacto con el mosto, era preservar mejor el vino, en una época en que las técnicas modernas de estabilización del vino, como el uso de sulfitos exógenos, aún no existían, el contacto con partes sólidas aportaba los taninos necesarios para conservar el vino en buen estado.

Sin irnos tan lejos, en España hace apenas un siglo era habitual encontrar en el entorno rural vinos blancos con tonos anaranjados que se hacían en pequeños lagares para autoconsumo o consumo local. El procedimiento era el mismo, se vinificaba el blanco como si de un tinto se tratase. Para los lugareños solo había una forma de hacer el vino, daba igual el tipo de uva empleada.

Esta es la razón por la cual el surgimiento del vino naranja está indisolublemente ligado al de los vinos naturales. En un intento de utilizar los insumos lo menos posible y aplicar principios lo más cercanos a la naturaleza, los productores de vino naranja suelen adoptar un enfoque orgánico.

Para la fabricación del vino naranja se necesita una sola condición: utilizar una variedad de uva blanca. Posteriormente, al igual que con los tintos o los blancos tradicionales, la variedad elegida depende de la zona geográfica de producción, de la intención del viticultor de expresar una aromática particular.

Las posibilidades del sabor del vino naranja son múltiples y varían en función de muchos factores: terroir, variedades de uva, tiempo de maceración... Sin embargo, cabe destacar que los vinos naranjas, debido a la presencia de taninos, suelen ser más estructurados que los vinos blancos clásicos, aunque conservan su frescura. La aromaticidad suele ser franca: cítricos, frutos secos, especias, frutas confitadas... Una cierta amargura puede a veces desconcertar al consumidor poco acostumbrado a vinos que se desvían de lo convencional. En cualquier caso, una cosa es innegable: aquellos que prueban un vino naranja quedan fascinados por su sabor auténtico "a uva" y no pueden resistirse a repetir la experiencia.

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