De corralitos y despilfarros

Es de prever que luego del resultado de las últimas elecciones, las cosas vayan a peor y que la solución que apuntamos se convierta en imposible

Carlos Lamoca Pérez

Martes 11 de Junio de 2024

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Balanzas fiscales. Recortes. Por parte de los disciplinados se abrió hace tiempo la caja de los truenos para decir abiertamente lo que otros piensan y se callan: Si un país no cumple con sus compromisos dentro del euro, habrá de abandonar la Unión Monetaria. La realidad fría de las cuentas puede acabar con las promesas de amor eterno. Los disciplinados, ante el despilfarro, dejarían de poner dinero en la cuenta mientras no haya rigor y seriedad en el gasto.

Tuvimos la experiencia helénica y parece que el rigor se imponía, pero, la catástrofe de la pandemia, abrió las puertas a medidas extraordinarias que, hoy, unos entienden que hay que dar por finiquitadas y otros creen que es preciso seguir con ellas sine die, como único medio de financiar, en gran medida, manifiestas políticas populistas.

Conscientes de las enormes dificultades que tiene el romper lazos matrimoniales Norte-Sur cuando se llevan tantos años de convivencia, se empezó por aconsejar equilibrio fiscal a los díscolos. Sin éxito. Ante ello se les avisa de restricción de fondos de cohesión. Sin éxito. Y aquí hemos llegado. Hoy, luego de las elecciones europeas y el resurgir imparable de los nacionalismos frente a la autoridad única, el panorama se muestra bastante oscuro. No tardaremos en ver como se amenaza con ir al divorcio si no equilibramos. En suma si no restringimos gastos y/o subimos impuestos. En un momento en que la inflación ya nos ha comido un 30% de nuestra renta disponible y marchando...

No podemos gobernar un entorno de moneda única dejando en manos de cada miembro su personal interpretación de lo que ha de entenderse por Pacto de Estabilidad presupuestaria. La moneda única es el reflejo exterior de la riqueza común. A nadie se le escapa que si un socio falla porque no crece, o porque despilfarra o porque simplemente le van mal las cosas, ese euro reflejo de lo que en el mundo somos, se deprecia, se rebaja, vale menos. No es de extrañar que cuando eso ocurre, aquellos que, entienden, ponen más de su parte para que todo vaya a mejor, se enfaden y amenacen con irse solos. Aun siendo conscientes de que la expulsión de los díscolos, tendría tales costes para todos los miembros de la Eurozona que es casi imposible adoptarla, salvo cataclismo sobrevenido. No llegado ese momento del sálvese quien pueda (aún), no es esa la solución.

La entrada en el euro supuso la imposibilidad "formal" de políticas monetarias nacionales. A partir de ese momento es el Banco Central Europeo (BCE) quien se va a ocupar. Pero, esa imposibilidad es como hemos dicho, meramente formal. Los Estados miembros no pueden emitir "papel euro" pero sí "papel Deuda". La cortapisa del Pacto de Estabilidad Presupuestaria se revela poco eficaz, por decirlo de forma piadosa. En nuestro caso, Cuando se fija un tope del 3% del PIB como nivel máximo de endeudamiento y resulta que se han llegado a niveles astronómicos, luego de la pandemia, sin que el Eurostat intervenga, es que las cosas no funcionan porque no se quiere que funcionen. ¿Quién audita las cuentas que rinden los Estados para evitar la irreprimible tendencia al maquillaje que aquellos tienen? ¿Qué se hace cuando un Estado se pasa y se sigue pasando año a año? Nada. Absolutamente nada. La soberanía nacional, la incomprensible "no injerencia" es la que manda. No es de extrañar pues que los Estados en apuros emitan y emitan papel-Deuda (moneda al fin y al cabo) prometiendo pagar en el futuro lo que hoy gastan, generalmente mal, en la creencia de que nadie va a osar romper el vínculo, máxime si es a  ese alguien al que, precisamente,  le has colocado la mayor parte de tu trampa. Un camino absurdo que, sin prever una solución preventiva y necesaria, no evita en modo alguno, los peligros de una salida tempestuosa y traumática que ponga en peligro la misma Unión monetaria.

Si queremos que esto vaya a buen fin, que el euro funcione como reflejo de una economía común, es absolutamente necesario que exista una autoridad presupuestaria parangonable al BCE (los hombres de negro). Una autoridad que analice y dé el visto bueno a los proyectos de presupuestos nacionales o que, si se prefiere, los audite antes de que sea tarde. En todo caso, que pueda acceder a las cuentas nacionales por competencia propia, que vea la letra pequeña de esas cuentas, que las destripe y tenga capacidad para informar sobre su necesaria correcciòn a una autoridad supracional que vele por la necesaria estabilidad presupuestaria de todos los socios. La existencia de esa autoridad es absolutamente indispensable si se quiere garantizar la estabilidad de la moneda y su fortaleza frente ante el acoso de los especuladores-suscriptores de los denominados seguros contra los bonos estatales, "Credit Default Swap" (CDS). Estos instrumentos financieros se han revelado harto agresivos y peligrosos en el caso de la pasada crisis griega como herramientas de apuesta contra los propios Estados miembros y por ende, contra el propio Eurogrupo.

Es de prever que luego del resultado de las últimas elecciones, las cosas vayan a peor y que la solución que apuntamos se convierta en imposible. El renacer de los nacionalismos no es sino el renacer de la insolidaridad y el supremacismo. Muy probablemente la propuesta que en su momento hizo el ministro Schäuble sobre la necesidad de  poner una primera piedra de ese futuro necesario de supranacionalidad, creando un Fondo Monetario Europeo dentro del Eurogrupo  con la necesaria concurrencia del BCE, se arrumbe al cajón del olvido.  Olvidando que Gracias a "San Euro de todos los Santos" seguimos estando seguros. Olvidando que salirnos, que nos echen o que se vayan los ricos equivaldría al desastre. A la devaluación. Al corralito. A que las cosas que ahora valen equis, valiesen equis partido por dos. A que terminasen pagándonos la nómina con deuda perpetua, con deuda de perra gorda. No te lo niego, pero no te lo pago. Para que eso no ocurra, no nos vale lo de la política presupuestaria soberana. Si es preciso que sean otros los que deban fijar las líneas, que así sea. Pero que por lo que más queramos, no abandonemos el fortín franco-alemán (que eso es el euro, al cabo) so pena de tener que comernos las pesetas de una miseria que nadie ha buscado. Al menos conscientemente.

Carlos Lamoca Pérez
Inspector de Hacienda del Estado.
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